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El principio sobre el que se fundan las uniones de hecho es exactamente lo contrario de lo que es el matrimonio. Es decir, que el vínculo conyugal sólo debe durar en cuanto persista el amor que le dio origen. En coherencia con esta idea, se hace abstracción de cualquier referencia a la procreación y educación de los hijos. La unión se reduce a "vivir juntos para efectos de amor". El deber del mutuo auxilio --esencial en el matrimonio-- cesa cuando cualquiera de las partes lo desee, porque no le conviene o porque no le atrae más la delectación del amor con la otra parte y prefiere, por ejemplo, cambiar de pareja.

Al contrario del matrimonio, no se trata propiamente de un contrato sino apenas de una "inscripción de la unión en el Registro de Uniones de hecho" de "personas que convivan en parejas de forma libre, pública y notoria, vinculadas de forma estable, al menos durante un período ininterrumpido de doce meses, existiendo una relación de afectividad...". (Art. 1.º de las Leyes de Madrid y Valencia).

Divergente del matrimonio, que es indisoluble, la pareja "se considerará disuelta", entre otros casos, "por mutuo acuerdo", "por voluntad unilateral de uno de los miembros", notificada al otro, por cese efectivo de la convivencia por un período superior a seis meses (Madrid y Valencia) o un año (Navarra). Basta que uno solo de los miembros cancele la inscripción de la unión de hecho en el Registro.

Sin las responsabilidades de la familia sobre la mutua ayuda de los cónyuges y respecto de los hijos, por el propio hecho de ser revocable en cualquier momento, a estas uniones se les otorgan, sin embargo, múltiples beneficios, que según el objetivo de sus propulsores deben llegar a igualarse a los del matrimonio.

Primeramente, a mediados de la década de los 90, se establecieron en múltiples municipios españoles los llamados "Registros de parejas de hecho", sin mayores consecuencias inmediatas. Estos Registros, sin embargo, preparaban el camino a  las leyes de parejas de hecho de las Comunidades, establecidas o por establecerse en la primera década del siglo XXI.

Entre los inconvenientes de fomentar las uniones de hecho, como lo hace esta legislación, uno de los más alarmantes se refiere a los hijos.

Es evidente que basados en la idea de la libertad de cada uno a tener el derecho de hacer lo que quiere, las uniones de hecho que buscan "vivir juntos para efectos de amor" se tomarán igual libertad de tener o no tener hijos. Con frecuencia evitarán una de las finalidades del matrimonio, que es la procreación[1]

No obstante, en cierta proporción, hay parejas de hecho que tendrán hijos.

Estos, sin duda, sufrirán las crueles consecuencias de la situación de sus progenitores. El padre o la madre pueden en cualquier momento cambiar de mujer o marido. Los hijos serán muchas veces un obstáculo al camino de "libertad" para el placer que sus padres han escogido.

Su educación resultará anónima, sin el calor del afecto del padre o  de la madre y sin el prestigio del padre y de la madre, que gracias al vínculo moral que los mantiene unidos, los hace respetables a los ojos de los hijos.

La nobleza de la dedicación, de la consagración del matrimonio estará ausente y los hijos sentirán eso en su formación. Para un niño que vea y se le enseñe que esas uniones de hecho son tan legítimas como la unión conyugal entre hombre y mujer, constituye un trastorno completo de las ideas que pueda hacerse a respecto de la familia.

Hay casos en que los niños de esas parejas ya nacen, ya dan sus primeros pasos en la vida, ignorando lo que sea el afecto paterno, el afecto materno y todo el conjunto de los deberes morales y las repercusiones afectivas de esos deberes morales.

Sucede que la familia no es una mera transmisora de la vida biológica, una unidad reproductiva o de "puericultura". Es una institución educativa y, en el orden natural de las cosas, la primera de las instituciones pedagógicas y formativas. Así, quien fuere educado por padres altamente dotados desde el punto de vista de la moral, de las maneras y de la cultura, tendrá siempre una riqueza de alma mayor.

Al contrario, quien no tenga ese hogar estable, ni padres estables, ni ambiente moral estable, sufrirá quizás, con consecuencias para toda la vida, de una tremenda desventaja en su punto de partida, en su formación.  En otros términos, el fomento de las uniones de hecho trae como efecto para los hijos condiciones, éstas sí, la mayoría de las veces, irremediablemente discriminatorias[2].

 

 

[1] Según la última encuesta del CIS sobre el tema, realizada en 1995 y publicada en 1998, el 51,44 por ciento de las parejas de hecho carece de descendencia, mientras que en los matrimonios sólo el 9 por ciento no tienen hijos. (M. Delgado-T. Castro, Encuesta de fecundidad y familia, 1995. Centro de Investigaciones Sociológicas, 1998).

[2] En Estados Unidos, Wade F. Horn, Secretario para Niños y Familias del Departamento de Salud y Servicios Sociales, manifestó que "los estudios empíricos son suficientemente claros al afirmar que, en términos generales, a los niños que crecen en hogares estables, sanos, con los dos padres casados, les va mejor que a los niños que crecen en otra clase de ambiente". Un trabajo realizado por 13 eruditos de tres organizaciones: la Coalition for Marriage, Family and Couples Education; el Institute for American Values; y el Center of the American Experiment concluye que la cohabitación no es algo equivalente al matrimonio. El matrimonio se asocia con índices menores de alcohol y abuso de drogas; las madres casadas tienen índices más bajos de depresión que las madres solas o las madres en situación de cohabitación; las madres casadas corren menor riesgo de sufrir violencia doméstica que las mujeres solas.

En Gran Bretaña una investigación publicada por el Center for Policy Studies  concluye que la ruptura de la familia está conduciendo a los hijos al abuso de drogas, a la negligencia en el cuidado de los bebés y de los hijos, y a la difusión de la delincuencia. Jill Kirby, autor de la obra Corazones Rotos, observa que muchos estudios han demostrado los problemas que sufren los niños que crecen fuera de una familia estable con los dos padres. Los datos negativos comienzan con el índice de mortalidad de los bebés, un 5,8 por mil en el Reino Unido. Se ha doblado la tasa de suicidio en los últimos 30 años entre los jóvenes de entre 15 y 24 años. La delincuencia juvenil está también experimentando una curva ascendente. (Cf. Zenit, Semana Internacional, 23-3-2002).

Y The Telegraph de Londres informa, el 13-3-2002, que mientras el gobierno británico evita por motivos políticos pronunciarse claramente a favor del matrimonio, la evidencia demuestra que los hijos de padres no casados están en desventaja y que la duración de una relación de pareja está fuertemente ligada a la institución del matrimonio, subrayando el carácter transitorio de la cohabitación: cinco años después el nacimiento de un hijo, el 52 por ciento de las parejas rompen su convivencia.