Un ejemplo de la subsidiariedad y organicidad que brota de la familia es la caridad, tan arraigada en el núcleo de nuestras tradiciones cristianas. Está en la índole de la familia ser un foco de bondad, que se derrama de la familia que tiene bienes, para la familia que es pobre. Y el derecho a la propiedad de los bienes materiales nunca se muestra más digno de simpatía que cuando la mano de los que los poseen se abre espontáneamente para auxiliar a los que no los poseen.
En resumen, la institución de la familia proporciona a la sociedad sus futuros miembros y los educa; es fuente y estímulo de las actividades económicas, políticas, intelectuales y culturales, manteniendo las tradiciones e impulsando el progreso; moraliza la vida social; en fin, la sociedad se podría definir como un tejido ordenado de familias[1].