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¿Habrá, pues, algo de más santo y augustamente social que velar por la familia?  No se puede dejar que la noción que hemos descrito de la familia como base de la sociedad, pase a un segundo plano, y que la familia vaya cayendo a pedazos en medio a la indiferencia. ¿Qué espíritu social existe en  quien no tiene ojos para ver la crisis de la Familia, ni para ver la insuficiencia de las medidas destinadas a salvarla y, por lo tanto, para salvar una sociedad que tiene la base minada?

Como interpelaba el Cardenal Alfonso López Trujillo, "¿El mundo moderno se dará el lujo imbécil de destruir la única institución capaz de formar al hombre integralmente como persona y de inserirlo en la sociedad como imagen de Dios?"[2].

Trataremos en las próximos capítulos de esta obra qué debemos y podemos hacer en concreto para salvar la familia.

 

 

[1] "De cara a una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto inhumana y deshumanizadora, con los resultados negativos de tantas formas de ´evasión´--como son, por ejemplo, el alcoholismo, la droga, y el mismo terrorismo–, la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad". Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris Consortio, núm. 43.  22-11-1981.

[2] Conferencia en el Congreso Nacional La Familia: esperanza de la Sociedad, Madrid, 18-11-2001.

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