Sucede que la familia no es una mera transmisora de dotes biológicos y psicológicos. Es una institución educativa y, en el orden natural de las cosas, la primera de las instituciones pedagógicas y formativas. Así, quien fuere educado por padres altamente dotados desde el punto de vista del talento, de la cultura, de las maneras o --lo que es capital-- de la moralidad, tendrá siempre una riqueza de alma mayor. De todos estos magníficos aportes se priva la sociedad y el Estado con la destrucción de la verdadera familia[1].
[1] Enseña el Papa Pío XII:
"Pero lo que más cuenta es la herencia espiritual transmitida, no tanto por medio de los misteriosos lazos de la generación material como por la acción continua de ese ambiente privilegiado que la familia constituye; por la lenta y profunda formación de las almas en la atmósfera de un hogar rico en altas tradiciones intelectuales, morales y, sobre todo, cristianas; por la mutua influencia de aquellos que habitan una misma casa, influencia cuyos beneficiosos efectos se proyectan hasta el final de una larga vida, mucho más allá de los años de la niñez y de la juventud, en aquellas almas elegidas que saben fundir en sí mismas los tesoros de una preciosa herencia con la contribución de sus propias cualidades y experiencias.
Es éste el patrimonio, más valioso que ningún otro, que, iluminado por una Fe firme, vivificado por una fuerte y fiel práctica de la vida cristiana en todas sus exigencias, elevará, refinará y enriquecerá las almas de vuestros hijos." (Alocución al Patriciado y a la Nobleza romana. Discorsi e Radiomessaggi, Tipografía Políglota Vaticana, 1941, p. 364)..