Es evidente que para la conservación de la armonía en los periodos de prueba por los cuales la vida familiar no deja de pasar, el hecho de existir una tal o cual homogeneidad de educación, de costumbres, de nivel socioeconómico, de moral y de formación religiosa entre los esposos, facilita el mutuo entendimiento.
Sin caer en ningún tipo de racismo, clasismo, discriminación o marginación, será muy benéfico para la unidad de la familia que los esposos provengan de ambientes análogos. Por mejores que sean las disposiciones, el origen pesará en el subconsciente, en los gustos, en las tendencias y en los criterios que cada uno aplicará en la vida diaria y que podrán no coincidir con los del cónyuge. La integración y la absorción en estas materias es un proceso psicológico y sociológico lento.
Y no se trata sólo de diferencias religiosas, étnicas o socioeconómicas muy terminantes. Sobre éstas mucho se ha hablado. Por ejemplo, de la casi imposible adaptación de mujeres cristianas que se han casado con musulmanes e ido a vivir en los países de éstos. Son tales las diferencias del propio concepto de mujer y matrimonio que existen, que los fracasos son previsibles.
Es evidente que esposos de formación moral y religiosa distintas, tendrán obstáculos mayores a vencer. Los matrimonios mixtos, (entre católico y bautizado no católico) tienen, como dice el Catecismo, dificultades que no deben ser subestimadas, pues "los esposos corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos. La disparidad de culto (entre católico y no bautizado) puede agravar aún más estas dificultades" (núm. 1.634).
Pero nos referimos aquí también a algo más delicado. Podrán ser peculiaridades legítimas y admirables las que dificultan la convivencia. Será el temperamento nacional o regional, muy diferente, a veces, de un país o de una región vecina. Éste aflorará en el modo de tratar a un hijo o de solucionarle un problema. Otras veces serán gustos culinarios o de estilos de decoración los que podrán afectar la avenencia en el hogar. Mil pequeñas cosas que hasta cierto punto pueden enriquecer la vida familiar y social, pero que pasado ese punto se transforman en un obstáculo no pequeño para la supervivencia de la unión.
Por el contrario, unas bases culturales comunes facilitarán mucho la convivencia y el compartir. Existirán criterios afines para educar y formar a los hijos, para organizar las distracciones o escoger las amistades.
Superfluo es decir que esa homogeneidad nunca puede llegar a la excesiva consanguinidad, que lleva a las leyes eclesiásticas y civiles del matrimonio a ponerle saludables límites.