La pureza general de las costumbres es el entorno más propicio para la buena  educación y formación de los hijos[1]. Los niños y jóvenes más que otros, son muy influenciados por el ejemplo y los modelos que encuentran cerca de ellos. Justamente porque están en etapa de formación y crecimiento, no han consolidado aún los principios ni las normas de conducta con los cuales deberán enfrentar la vida.

Para usar la metáfora clásica, son aún las plantas tiernas que el viento, el sol, la lluvia, el peso o el apoyo de un tutor, inclinan para un lado u otro. Aún no tienen el tronco robusto de un roble, que es capaz de resistir a las tempestades.

Las buenas costumbres sociales les ayudarán a formarse rectos y puros. La degradación del ambiente los inducirán más fácilmente a la pasión y al vicio esclavizante. Ninguna razón puede eximir a los padres del grave deber de preocuparse en crear el mejor ambiente moral para sus hijos, no sólo en el seno de la propia familia, sino al escoger la escuela, las diversiones, las relaciones, etc.

 

 

 

[1] "Nada contribuye tanto a la perversión de las familias y a la ruina de las naciones como la corrupción de las costumbres", enseña Pío XI, citando a León XIII, en la Encíclica Casti Connubii, núm. 34. 31-12-1930.