Aún es común encontrar los ancianos animados, simpáticos y corteses de antaño. Cuánta confianza, cuánto respeto inspiran. Ellos no ocultan su decrepitud física, ni de ella se avergüenzan, pues saben que, a través de las exterioridades de la decadencia orgánica, reluce el apogeo moral de los valores del alma. Son afables, solícitos, sabios consejeros de la familia. No tienen otro placer que el del hogar, ni otra preocupación sino meditar sobre la vida y prepararse para la muerte.
El espíritu familiar se manifiesta por varios indicios. Mantiene viva la unión entre las sucesivas generaciones. Hay honradez, trabajo y cariño en los hogares humildes. Grandes hechos, virtud insigne y hasta gloria en las estirpes ilustres. En uno y otro caso, un buen y legítimo patrimonio moral que grandes y pequeños pueden dejar a su posteridad, incomparablemente más precioso que el patrimonio material.
Cuando la familia falta, es necesario multiplicar las alternativas: residencias, centros de día para mayores, subvenciones a personas del vecindario que dediquen cierta atención a los que viven solos, sueldo para amas de casa con ancianos a su cargo (solución más económica y humana que las residencias), instituciones de acogida, "teleasistencia", etc. En el mundo rural el problema se reduce gracias a las relaciones de vecindad que existen en las pequeñas localidades. En los grandes centros existe la llamada "soledad poblada"...
El cristianismo, de forma orgánica, siempre favoreció la armónica convivencia de las generaciones. En las familias, en el trabajo sea rural o urbano, en las instituciones religiosas y civiles, el trato frecuente e íntimo entre viejos, adultos y jóvenes constituye el orden natural de las cosas que a todos beneficia, enriquece y agrada. La separación y exclusión artificial por edades es propia de esa "modernidad sin memoria", de que nos advierte el Papa.
¿Cómo actuará el mundo y España frente a esta situación de los ancianos?
La única solución, evidentemente, se encuentra en el marco de la verdadera familia. Repoblar la sociedad con niños bien formados, aprovechar la sabiduría de los ancianos y así volver a erguir la civilización y la cultura cristiana.